Corría el año de gracia de mil y novecientos cincuenta, cuando mi padre cayó gravemente enfermo; una obstrucción intestinal lo tenía apartado de toda actividad. Se debatía entre la vida y la muerte (no había entonces la penicilina, se utilizaban las sulfamidas).
Cómo dependía de la Asociación de la Prensa, le mandaron al cuadro médico de que disponía en ese momento dicha asociación.
Había que operarlo rápidamente, y cayó en las manos del mejor cirujano de entonces, famoso por tratar a toreros (véase la bibliografía de este personaje).
Le operó con anestesia local, lo cual hizo que se enterara de toda la operación. Aparentemente fue un éxito y esperó cuarenta y ocho horas a ver como respondía y si podía tener alguna complicación.
En la visita que le hizo a mi padre, junto con los alumnos y ayudantes, les pronosticó: −Este hombre vivirá muchos años, yo ya habré muerto y vosotros estaréis muy cerca−.
No tendría más importancia si no narrara lo que a continuación contaré.
Todos los años se felicitaba por Navidad al Dr. Zumel, eso era sagrado para nuestra familia. Yo nunca lo conocí. Pasaron más de 50 años, y un día que fui a ver a mi padre a la Residencia “La Aurora”, observé que mi padre empujaba una silla de minusválido, lo cual era normal entre los residentes. Lo que me dejo de una pieza es que mi padre me dijera que estaba ayudando nada más y nada menos que al Dr. Zumel.
Este hombre, postrado en su silla de ruedas, me cogió de la mano y me dijo: ¿sabes que yo salvé la vida de tu padre?. Si lo sé, lo sé, le replique; gracias le dije.
Días después, en un cumpleaños en la residencia, se reunió con el Dr. Zumel Doña Mercedes, madre del entonces Rey Juan Carlos; también estaban, toreros, periodistas y gente importante de aquella época para hacerle un homenaje.
Cuando murió a los 90 años, en la Residencia “La Aurora” se hizo un monolito a la memoria de tan Ilustre Señor. ¡Que dios lo tenga en su seno!. Mi padre moriría años después, a la edad de 97 años, con la pena de no haber cumplido los cien. El pronóstico citado al comienzo de este escrito no pudo ser más certero.
Frase de mi santo padre: “Cuando una persona como el Dr. Zumel muere, es cómo si se quemara una biblioteca, es un gran desastre para todos”.
Firmado, Miguel Ángel Martín
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